Lección #7
«la libertad del individuo acaba donde empieza la libertad de los demás»
Muy densa la línea introductoria de una más de mis reflexiones frívolas, y ya olvidadas, en este lugar pero llevo días diciendo que debo escribir sobre el asunto en lugar de seguir enfureciéndome sin ton ni son, porque finalmente nada voy a cambiar por mi misma y cualquier cosa posible se escapa de mi resorte.
El asunto es este: la libertad de locomoción. Entendida no sólo como la libertad de moverse por el territorio nacional e internacional, con sus respectivas restricciones de orden legal -ven, ya me puse bocadilla-, sino también como la libertad de escoger el medio de locomoción. ¡ah, qué belleza! Y bueno, es claro que la vida en sociedad -mátenme de nuevo si es posible- implica la asunción de reglas mínimas de convivencia que permitan la tan anhelada armonía entre los individuos que la componen. (Y mi yo positivista da brincos de alegría y saluda a Kant con efusividad).
Entonces, en los aviones comerciales de pasajeros no va gente con aves de corral en guacales, ni con marranos amarrados con lazo; en Transmilenio se supone que la gente no debe ir comiendo; la gente que conduce carros particulares debe hacerlo en estado de sobriedad y en el mundo no colonizado por ingleses se maneja por la derecha… Así hay un montón de normas que se han vuelto casi que dogmas de fe social, si es que se les puede llamar de ese modo. Y ha funcionado, hemos reducido un poco el riesgo y lo asumimos dentro de un marco de responsabilidad y diligencia aceptables. (otra vez me puse bocadilla, disculpen)
Pero eso tan bello que ocurre con ese tipo de normas desaparece ante la inteligencia mugiente de la que gozan los peatones. Sí, el gran rebaño conformado por los peatones. ¿Cuántos letreros más debe haber en cuanto lugar de circulación común existe en la tierra con la oración «transite por su derecha» para que por fin la gente TRANSITE POR SU DERECHA y deje de estar improvisando pasos de merengue, sin sabor alguno, al toparse de frente con otro cristiano que va en dirección contraria? Claro, habrá historias de romances que nacen por cuenta de la imprudencia y sabrosura del que transitó por su izquierda y se enredó con una bella señorita, hoy madre de sus hijos, pero ¿debemos desconfiar siempre del otro y asumir que no respetará la norma? Hasta ahí el asunto se vuelve por decir lo menos jocoso.
La cosa se torna peligrosa cuando en uso de su libertad de locomoción la gente decide moverse en tal o cual medio de transporte y en alguna intersección se topa con otro personaje que decidió moverse usando otro medio de transporte. Esto es lo que se conoce en la jerga bocadilla como encuentro social ocasional y ejemplo arquetípico (y de cátedra) de la Responsabilidad Civil Extracontractual. (bien pueda exija su bolsa en caso de mareo).
Por este tipo de situaciones en el tráfico existen las señales de tránsito: semáforos, avisos de pare y de giros prohibidos o permitidos; todo dentro de la lógica de reducir el riesgo y advertir a los particulares del peligro. Inclusive, el omnisapiente establecimiento ha tratado de evitar que el despelote del rebaño se vea estrellado permanentemente, y diseñó vías especiales para cada medio a usar: carreteras, avenidas, corredores aéreos, andenes y ¡CICLORRUTAS! Pero el sabio establecimiento parece que sufrió una caída que lo dejó bobo, por lo menos en la Capital de la República de Colombia, la encantadora y fea Bogotá -difiero con lo de fea porque yo la quiero, pero el amor es ciego- y el caso es el siguiente:
La carrera séptima, un logro de la actual administración que en un gesto por recuperar la ciudad y hacerla más amigable con la gente y otras tantas cosas más, tomó la decisión de volver la vía más importante de salida del centro de la ciudad peatonal. No discutiremos lo conveniente o no de la medida. Acá la diatriba es al rebaño de peatones, jumentos por definición y confundidos por cuenta de la mala señalización. Quiero creer que, a pesar de lo mencionado en párrafos anteriores, la gente responde a las señales que le indican que puede y que no puede hacer, que las señales de peligro alertan y que en principio son respetadas por todos en un gesto de confianza y delegación de poder policivo o cualquier cosa en el Estado (en cualquiera de sus niveles); pero esto en este encantador corredor peatonal es imposible, no por la renuencia del caminante sino por la ausencia de señales.
Y es que en la carrera séptima no es claro quién transita por dónde. En el suelo aparecen letreros que indican «sólo [insertar figura de bici] y peatón» indistintamente por los diferentes carriles. Hay un sendero delimitado por materas a lo largo del corredor y el dibujo de una bicicleta sobre la palabra peatón; durante el día tres «sacamicas» con chaquetas del Distrito le pegan alaridos a los ciclistas que se salen del sendero de bicicletas -que ni idea cuál es, realmente- diciendo que se vayan por el lugar de las bicicletas. los peatones usan la calzada, el sendero y no mucho los andenes para arrastrar sus humanidades sin orden alguno y de cuando en vez un bus verde del SITP aparece a un lado de la calzada… ¡CAOS!
¿Qué pasó con las consignas sobre la libertad? Acá de eso no hay y la autoregulación no es que se nos de de a mucho. Andenes y calzadas para la gente, andenes y ciclorrutas para la gente. Y el peatón, ignorante y soberbio de su lugar privilegiado como individuo más vulnerable en el encuentro social ocasional abusa. Quiero pensar que es un abuso de su derecho, lo cual implica el ejercicio consciente del mismo, y no un asunto de déficit de actividad neuronal por cuenta de un problema en la dieta del colombiano y los altísimos niveles de desnutrición que azotan a la población.
El jueves, cuando empecé a escribir esto y lo dejé en los borradeores, fui víctima de lo que desde hacía días ya había anticipado -sólo que no esperaba que fuera mi pellejo el afectado-, un par de peatones imprudentemente se encontraron conmigo y mi bicicleta. No los atropellé, pero ellos en medio de su charla y juegos con una bolsa que uno de ellos llevaba me golpearon accidentalmente haciéndome caer. Los peatones iban por el carril que está demarcado con el «sólo peatón y [símbolo de bicicleta]». Desde luego ellos creían ir por donde la norma se los permite y yo hacía exactamente lo mismo.
¿De quién es la culpa? Los peatones, a los cuales califico de imprudentes, iban por el sendero que en el día los señores de chaquetas de Bogotá Humana dicen que es para bicicletas y yo también, aunque ellos me vieron y yo a ellos, su conducta es imprudente en el momento en que no siguen su deber de cuidado y por el contrario siguen jugando con la bolsa por el corredor aún sabiendo que alguien en bicicleta está pasando justo al lado. Es casi como el que va en un carro y saca la cabeza por la ventana.
Es muy triste que la autorregulación y asunción de riesgos sea algo tan desmedido y ajeno a la gente, así como es muy frustrante que la confianza legítima en el Gobierno, en este caso el distrital, se vaya al piso por cuenta de una pésima señalización que para cualquier experto en seguridad vial es un error de grandes proporciones.