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John Stuart Mill, de caridad enseñe a este rebaño

In Uncategorized on enero 14, 2013 at 7:10 pm

Lección #7

«la libertad del individuo acaba donde empieza la libertad de los demás»

Muy densa la línea introductoria de una más de mis reflexiones frívolas, y ya olvidadas, en este lugar pero llevo días diciendo que debo escribir sobre el asunto en lugar de seguir enfureciéndome sin ton ni son, porque finalmente nada voy a cambiar por mi misma y cualquier cosa posible se escapa de mi resorte.

El asunto es este: la libertad de locomoción. Entendida no sólo como la libertad de moverse por el territorio nacional e internacional, con sus respectivas restricciones de orden legal -ven, ya me puse bocadilla-, sino también como la libertad de escoger el medio de locomoción. ¡ah, qué belleza! Y bueno, es claro que la vida en sociedad -mátenme de nuevo si es posible- implica la asunción de reglas mínimas de convivencia que permitan la tan anhelada armonía entre los individuos que la componen. (Y mi yo positivista da brincos de alegría y saluda a Kant con efusividad).

Entonces, en los aviones comerciales de pasajeros no va gente con aves de corral en guacales, ni con marranos amarrados con lazo; en Transmilenio se supone que la gente no debe ir comiendo; la gente que conduce carros particulares debe hacerlo en estado de sobriedad y en el mundo no colonizado por ingleses se maneja por la derecha… Así hay un montón de normas que se han vuelto casi que dogmas de fe social, si es que se les puede llamar de ese modo. Y ha funcionado, hemos reducido un poco el riesgo y lo asumimos dentro de un marco de responsabilidad y diligencia aceptables. (otra vez me puse bocadilla, disculpen)

Pero eso tan bello que ocurre con ese tipo de normas desaparece ante la inteligencia mugiente de la que gozan los peatones. Sí, el gran rebaño conformado por los peatones. ¿Cuántos letreros más debe haber en cuanto lugar de circulación común existe en la tierra con la oración «transite por su derecha» para que por fin la gente TRANSITE POR SU DERECHA y deje de estar improvisando pasos de merengue, sin sabor alguno, al toparse de frente con otro cristiano que va en dirección contraria? Claro, habrá historias de romances que nacen por cuenta de la imprudencia y sabrosura del que transitó por su izquierda y se enredó con una bella señorita, hoy madre de sus hijos, pero ¿debemos desconfiar siempre del otro y asumir que no respetará la norma? Hasta ahí el asunto se vuelve por decir lo menos jocoso.

La cosa se torna peligrosa cuando en uso de su libertad de locomoción la gente decide moverse en tal o cual medio de transporte y en alguna intersección se topa con otro personaje que decidió moverse usando otro medio de transporte. Esto es lo que se conoce en la jerga bocadilla como  encuentro social ocasional y ejemplo arquetípico (y de cátedra) de la Responsabilidad Civil Extracontractual. (bien pueda exija su bolsa en caso de mareo).

Por este tipo de situaciones en el tráfico existen las señales de tránsito: semáforos, avisos de pare y de giros prohibidos o permitidos; todo dentro de la lógica de reducir el riesgo y advertir a los particulares del peligro. Inclusive, el omnisapiente establecimiento ha tratado de evitar que el despelote del rebaño se vea estrellado permanentemente, y diseñó vías especiales para cada medio a usar: carreteras, avenidas, corredores aéreos, andenes y ¡CICLORRUTAS! Pero el sabio establecimiento parece que sufrió una caída que lo dejó bobo, por lo menos en la Capital de la República de Colombia, la encantadora y fea Bogotá -difiero con lo de fea porque yo la quiero, pero el amor es ciego- y el caso es el siguiente:

La carrera séptima, un logro de la actual administración que en un gesto por recuperar la ciudad y hacerla más amigable con la gente y otras tantas cosas más, tomó la decisión de volver la vía más importante de salida del centro de la ciudad peatonal. No discutiremos lo conveniente o no de la medida. Acá la diatriba es al rebaño de peatones, jumentos por definición y confundidos por cuenta de la mala señalización. Quiero creer que, a pesar de lo mencionado en párrafos anteriores, la gente responde a las señales que le indican que puede y que no puede hacer, que las señales de peligro alertan y que en principio son respetadas por todos en un gesto de confianza y delegación de poder policivo o cualquier cosa en el Estado (en cualquiera de sus niveles); pero esto en este encantador corredor peatonal es imposible, no por la renuencia del caminante sino por la ausencia de señales.

la señal de la discordia

Y es que en la carrera séptima no es claro quién transita por dónde. En el suelo aparecen letreros que indican «sólo [insertar figura de bici]  y peatón» indistintamente por los diferentes carriles. Hay un sendero delimitado por materas a lo largo del corredor y el dibujo de una bicicleta sobre la palabra peatón; durante el día tres «sacamicas» con chaquetas del Distrito le pegan alaridos a los ciclistas que se salen del sendero de bicicletas -que ni idea cuál es, realmente- diciendo que se vayan por el lugar de las bicicletas. los peatones usan la calzada, el sendero y no mucho los andenes para arrastrar sus humanidades sin orden alguno y de cuando en vez un bus verde del SITP aparece a un lado de la calzada… ¡CAOS!

¿Qué pasó con las consignas sobre la libertad? Acá de eso no hay y la autoregulación no es que se nos de de a mucho. Andenes y calzadas para la gente, andenes y ciclorrutas para la gente. Y el peatón, ignorante y soberbio de su lugar privilegiado como individuo más vulnerable en el encuentro social ocasional  abusa. Quiero pensar que es un abuso de su derecho, lo cual implica el ejercicio consciente del mismo, y no un asunto de déficit de actividad neuronal por cuenta de un problema en la dieta del colombiano y los altísimos niveles de desnutrición que azotan a la población.

El jueves, cuando empecé a escribir esto y lo dejé en los borradeores, fui víctima de lo que desde hacía días ya había anticipado -sólo que no esperaba que fuera mi pellejo el afectado-, un par de peatones imprudentemente se encontraron conmigo y mi bicicleta. No los atropellé, pero ellos en medio de su charla y juegos con una bolsa que uno de ellos llevaba me golpearon accidentalmente haciéndome caer. Los peatones iban por el carril que está demarcado con el «sólo peatón y [símbolo de bicicleta]». Desde luego ellos creían ir por donde la norma  se los permite y yo hacía exactamente lo mismo.

¿De quién es la culpa? Los peatones, a los cuales califico de imprudentes, iban por el sendero que en el día los señores de chaquetas de Bogotá Humana dicen que es para bicicletas y yo también, aunque ellos me vieron y yo a ellos, su conducta es imprudente en el momento en que no siguen su deber de cuidado y por el contrario siguen jugando con la bolsa por el corredor aún sabiendo que alguien en bicicleta está pasando justo al lado. Es casi como el que va en un carro y saca la cabeza por la ventana.

Es muy triste que la autorregulación y asunción de riesgos sea algo tan desmedido y ajeno a la gente, así como es muy frustrante que la confianza legítima en el Gobierno, en este caso el distrital, se vaya al piso por cuenta de una pésima señalización que para cualquier experto en seguridad vial es un error de grandes proporciones.

Puto Silvestre

In Uncategorized on julio 12, 2012 at 4:53 pm

Lección # 6

«Ay no estés esperando que yo me consiga otra, 
ya me estoy cansando de los teatros que me montas. 
Ay me iré de tu vida si de mi sigues dudando, 
ay cuando me decida no te quiero ver llorando»

Pues sí, a veces los «juglares vallenatos» -si es que debe decírsele así a ese bojote gritón- tienen hasta razón. Y me siento sucia por suscribir su despreciable canto.

Aunque en principio diría que el Gordelio Dangond es un machista despreciable (y corroncho con todas sus implicaciones socioculturales) que amenaza a la señorita de sus afectos con «ya me estoy cansando de los teatros que me montas», debo decir que se le abona la intención clara y expresa de manifestar en el momento oportuno su incomodidad con una situación puntual. El señor dice que se está cansando dándole la oportunidad a la señorita ya sea de explicarse, evaluar sus constantes shows y la procedencia de los mismos o de decir «mira Silve, deja de estarte cansando yo soy showcera y así quiera no lo voy a cambiar. Mejor seamos amigos».

Y es que desde luego las relaciones de pareja son eso, nadie es perfecto tal cual para el otro empezando porque fueron educados en hogares diferentes, en colegios distintos, han tenido historias románticas absolutamente disímiles que han marcado pautas de conducta que pueden parecer extrañas o no. Siempre habrá puntos de choque y convivir con alguien, así sea de a raticos, traerá en mayor o menor medida desacuerdos, incomodidades y dudas.

Silvestre no soporta el show que para él es injustificado, una amiga de mi mamá no soportaba la pecueca de su marido, otro no soportaba que su novia saliera con gente -especialmente varones- que no fueran su novio porque veía en eso una «cita» así se tratara de un asunto laboral aburrido; también hay quienes no soportan la falta de higiene oral, los que se chocan con el consumo de alcohol sin límites, los que rechazan el consumo de porno en cualquier presentación… ¡y lo dicen! Como el buen Silvestre (ah, vida perra de Gordelio pasó a Silvestre) dando el chance de que el otro decida si se acomoda, explica o aborta la misión porque se escapa a su naturaleza y no quiere ser, con el paso del tiempo, como el aluvión.

La señorita, esa a la que le dice Dangond «cuando me decida no te quiero ver llorando» falta ver qué razones tendrá para armar sus teatros. No discutiremos eso. Pero sí tiene la opción de oír las razones de Silvestre para creer que sus teatros son chimbos, entenderlo o no; decidir si deja de hacer teatro por bobadas y negociar explicando qué la lleva a hacerlo ¿Quien quita que lleguen a un punto medio de mutuas cesiones? o, que es otra opción, decir «así soy, escoge tú si lo soportas o no porque por mi lado la cosa NO va a cambiar, así que o terminamos o me aguantas mis dramas dignos de Premio TVyNovelas».

Así es como debe funcionar, la gente hablando se entiende y llega a soluciones. La que sea.

La ridiculez, contrario a lo que Dangond dice -y otros suscriben también-, de quedarse callado ante la inconformidad, de sumar y sumar haciendo de cuenta que nada pasa, dejando al otro cagarla sin posibilidad alguna de corrección es absolutamente injusto. Claro, uno debe saber escoger sus peleas, saber qué reclama o no, pero cuando la molestia se vuelve permanente… ¡abra la jeta! Nadie es adivino y si usted no le dice al señor que no le gusta que deje levantado el bizcocho, el señor nunca va a saber que eso es incómodo para usted, porque eso sí se lo aseguro para el señor eso no tiene nada de malo, es normal y está acostumbrado a hacerlo. Igual que el que no se corta las uñas sagradamente, o la que sale a comer con amigos, habla de sexo abiertamente y/o dice groserías.

Mis papás por ejemplo, antes de que realmente la cosa no diera más, llegaron a acuerdos salomónicos sobre cosas más esenciales de la vida: Mi papá ateo e irrespetuoso, mi mamá creyente y practicante. Optaron por que mi papá no se burlaba porque a mi mamá le parecía ofensivo y le molestaba muchísimo y mi papá logró que a nosotros no nos inculcaran la camándula, la ida a misa los domingos y nos dieran la opción de elegir si creer o no, si se practica o no. Sabios.

Los acuerdos son fundamentales, pero para eso la gente debe hablar. Así sea cayendo en la actitud pedorra de Dangond de «amenazar por convivencia» a la teatrera novia, advirtiéndole como es debido -y nunca sobrará- que se va no por otra sino porque se aburrió de su temporada de teatro gratuita y permanente.

Eso se llama decencia y rectitud. Chimbísimo estar calificando al otro, quitándole décimas en su calificación inicial por cosas que el otro no sabe.  Como el profesor de español que le baja por ortografía a sus alumnos de segundo de primaria sin enseñarles reglas ortográficas.

A mi particularmente los tratos con «indiferencia», como le dicen a esas actitudes de «aguanto en silencio» me saben a cacho. Sera porque soy intensa en todo y a mi me gusta llegar hasta a los gritos, si me toca -aunque no es lo ideal- para que me pongan bolas; y, con «poner bolas» quiero decir que se considere de algún modo lo que estoy diciendo/sintiendo/pensando/reclamando. Es que la premisa fundamental para todo en la vida es: «¿si un bebé llora cuando tiene hambre, por qué uno no va a decir lo que le molesta?»

Pilar y La vaca

In Uncategorized on julio 9, 2012 at 6:57 pm

Lección #5

Mama mamá.

Qué bella es la lactancia, dicen las que han sido madres. Yo no le veo nada de bello, seguramente porque no he sido madre y no me atrae la idea de tener un mocoso pegado a una teta. Seguramente la sensación es única y el vínculo madre-hijo se fortalece cada vez que se procede a alimentar a la criatura. Seguro todo eso es así e inclusive más espectacular y poético.

Pero, dejémonos de pendejadas, ser un tercero que nada tiene que ver con el bello acto de ser madre y alimentar a ese diminuto ser que por nueve meses se llevó en las entrañas y que debe presenciar como el milagro de la vida y sus consecuencias de concretan en el acto de la amamantada, no es nada maravilloso.

No quiero ver como un bebé mordisquéa con sus encías los pezones maltratados de su abnegada madre. No quiero ver como la maternidad, bello acto, ha producido cambios en las glándulas mamarias de otras mujeres. No.

Siempre me he preguntado el por qué de hacer público un acto que se supone es tan íntimo. Y no crean que hablo de intimidad porque se esté «pelando teta», sino más por la intimidad entre madre e hijo. Ese sentimiento y vínculo que las que no hemos parido no comprendemos.

¿No es muy abusivo de parte de las madres lactantes hacer de la alimentación de sus hijos todo un circo? A mi particularmente no me gusta comer en vitrina, a mi me gusta comer en frente a la gente con la que he decidido hacerlo, pero eso de tener un montón de ojos encima viendo como degusto cada bocado me parece un poco incómodo. ¿no es muy arbitrario considerar que los bebés por el sólo hecho de ser bebés no sienten ningún tipo de incomodidad por estar comiendo en un bus en movimiento con los ojos, morbosos y/o curiosos de los demás pasajeros?

Señora Madre Lactante, ¿qué tal si escoge un lugar tranquilo y cómodo para alimentar a su bebé?